La numeración romana, así como la griega y la judía, no son las más indicadas para realizar operaciones matemáticas pues carecen de un número que para nosotros es fundamental, el cero.
Entonces ¿cómo se llevaban a cabo en aquellos tiempos las operaciones de sumar, restar... y dividir ?
Afortunadamente, hacia el año 500 a. de C., ya existía un instrumento que ayudaba a ejecutar los cálculos, el ábaco romano. Su análogo chino y tártaro, el suwanpan, era conocido desde tiempo inmemorial. Aquel consistía en una serie de hileras de cuentas, que representaban las unidades, las decenas, centenas... Probablemente, el ábaco debió sugerir a muchos matemáticos la idea de una notación numérica posicional, que es la que hoy utilizamos. Así, cuando en el ábaco se quería marcar un número, por ejemplo el 603, se corrían tres cuentas en la hilera de las unidades y seis en las centenas. Sin embargo, a la hora de escribir esta cifra surgía un pequeño inconveniente: no existía ninguna marca numérica para significar que en una hilera de las decenas no se había movido ninguna cuenta. No había forma de distinguir entre el 603, 63 y 630.
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Esta situación se mantuvo así casi un milenio, hasta que a un matemático indio se le ocurrió la genial idea de que se podía utilizar un símbolo especial que representase esa hilera intocada. Así nació el cero, que ya en el álgebra de los hindúes aparece como cifra y símbolo numérico.
Al parecer, el primer matemático importante que hizo uso del signo 0 fue el árabe Muhamad ibn al-Khwarizmi, en el 810 de nuestra era, aunque no adquirió su actual significado hasta bien entrado el siglo XVII.
Fuente:
Muy interesante, libro de preguntas y respuestas.
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