La leyenda de Papisa Juana cuenta la historia de una mujer que ejerció el papado católico entre los años 855 y 857, que correspondió a Benedicto III. No obstante, otras versiones afirman que fue en el período 872 y 882 en el del papa Juan VIII.
En realidad hay muchísimas versiones, también existen críticas que desmienten la leyenda de forma directa y otras que la aceptan como realidad. De las versiones que leí, personalmente me pareció la mejor y más difundida la siguiente:
Me parece que está muy bien redactada y no quiero arruinarla, así que la copio tal cual, destacando que la publicación fue realizada por Pablo Pérez Armenteros en la página suite101.net:
Cuentan escritos que Juana, alentada por el deseo del saber, comenzó una carrera eclesiástica, haciéndose pasar por un hombre, hasta llegar a ser Papa de la Iglesia.
Allá por el año 822, en Ingelheim am Rhein, cerca de la ciudad alemana de Mainz, nació la pequeña Juana, fruto del amor entre el predicador Gerbert y su amante compañera Elizabeth.
El camino al aprendizaje vetado a mujeresCon el paso de los años, la joven Juana descubrió que la única manera de continuar unos estudios sólidos era la carrera eclesiástica, por aquel entonces vetada a las mujeres.Ella maldecía su suerte de ser mujer mientras se retorcía el cerebro pensando en la manera de continuar con su aprendizaje. Así, Juana decidió convertirse en Johannes Anglicus.Entró, bajo su nuevo nombre, como copista en la iglesia. Con su nueva personalidad, Juana viajó de monasterio en monasterio, donde pudo relacionarse con grandes personajes de la época. Sus periplos le llevaron hasta Constantinopla, donde conoció a la emperatriz Teodora. De allí hasta Atenas, donde se formó en medicina bajo la tutela del rabino Isaac Israelí.
Gerbert formaba parte del amplio elenco de predicadores llegados desde el país de los anglos a la vieja Alemania con el objetivo de difundir el Evangelio, la palabra de Dios, junto a Elizabeth. En ese ambiente de religiosidad y educación, creció Juana, siempre curiosa por los entresijos de los evangelios y con un gran afán por consumir toda la cultura y el saber que el mundo ponía al alcance tan sólo de unos pocos hombres. Juana quería estudiar, conocer, aprender, saber y formarse intelectualmente.
Llegada a Roma y ascenso
Juana continuaba presentándose al mundo como Johannes Anglicus y, así, se trasladó a Roma en el año 848.Su conocimiento de las artes, las ciencias y las letras le valieron para dejar impresionados a muchos, con lo que obtuvo un puesto docente. Su reputación le sirvió para ganarse el favor de la Curia y fue presentada al Papa León IV, que la hizo su secretaria personal para los asuntos internacionales. Secretario, oficialmente.Acceso al papadoTras dos años de mandato eclesiástico, la irremediable fuerza de la naturaleza, unió carnalmente en el deseo a Juana y al embajador Lamberto de Sajonia. En uno de esos encuentros pasionales, Juana quedaría embarazada.
El parto, confesión forzada.
Hizo lo imposible por disimular su estado hasta que un día, mientras montaba a caballo, cerca de la iglesia de San Clemente, participando en una procesión desde el Vaticano a Letrán y fruto de las contracciones, dio a luz a su hijo.
Llego la muerte del Papa, en julio de 855 y Juana, se hizo elegir sucesora. Su capacidad para convencer a los poderosos de la iglesia le otorgó la mitra papal y se convirtió en Juan VII.
-Aquí hay una variación que no tomaré de dicha fuente porque otras afirman otro suceso-.
El hecho de dar a luz delante de la multitud reveló que no era un papa sino una papisa, la gente en esa época era mucho más extremista que nuestra época, así que ante la indignación de muchos presentes, estos la mataron a pedradas y la enterraron en el mismo lugar donde murió.
La iglesia borró la historia de las cabezas y corazones de la gente. Nunca existió esa Juana.
Leyendas de la leyenda
La iglesia cambió el pontificado de Juana por el de Benedicto III, del que no se conoce fecha real de su nacimiento. Fue tras esta historia, además, cuando la iglesia se vió obligada a verificar la virilidad de los papas electos. Una silla perforada hacía posible el examen manual de los atributos sexuales por parte de un eclesiástico que al grito de "Duos habet et bene pendentes" -tiene dos y cuelgan bien-, exclamaba la validez del papado. Las explicaciones a la leyenda son muy diversas. Unos dicen que el mito fue ideado a partir del apodo de papisa que recibió Juan VIII por su debilidad ante la iglesia de Constantinopla. Otros, aseguran que fue por el mismo sobrenombre aplicado a Marozia, la autoritaria amante de Juan XI. Los menos aseguran que aquello fue la reencarnación de la prostituta de Babilonia descrita en el Apocalipsis y que el mundo tal y como lo conocían, cambió para siempre tras la historia de Juana la papisa.
¡Gracias Pamela, por la sugerencia!
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